Me alegro enormemente que la vitalidad e importancia del 15-M se demuestre porque a sus asambleas acuden, de forma espontánea, economistas con tanto predicamento como el Premio Nobel J. Stiglitz. Me parece lógico que así sea porque el ex dirigente del Banco Mundial forma parte de un aluvión de personas que, de forma dispersa o no tanto, aportaron elementos fundamentales, de gran valor económico, para fundamentar los programas económicos alternativos que se pergeñan y discuten en las acampadas, pero también en esta frase que tanto se denosta del 15-M “lo llaman democracia, y no lo es”. Creo que conviene hilar más fino cuando se pone en cuestión todo el movimiento por frases como esa, que si tienen alguna validez es que apuntan a la desnudez de un sistema que funciona, desde hace años, de manera absolutamente impúdica, en la hipocresía y el servilismo a los poderosos. Sin embargo, y para oponer ideas y razones a las defensas numantinas de una democracia representativa hecha trizas y que todavía pretende esconder (ya, sin ningún éxito) dónde está el poder real, Stiglitz publicó en el mes de abril un artículo que considero demoledor. Se refiere a cómo el 1% de la población detenta el 50% de la riqueza mundial, pero lo aplica a los Estados Unidos y, en concreto, al funcionamiento de las instituciones más representativas de una democracia pervertida por Wall Street que se permite jugar incluso al gato y al ratón con el programa por el que salió elegido el presidente Obama. Stiglitz animó a la asamblea a que insistiera en su mocimiento porque es “una oportunidad para que la economía aporte medidas más sociales”, en un discurso crítico sobre cómo los poderes políticos están gestionando la salida a la crisis. Stiglitz viene criticando desde hace tiempo el comportamiento de las autoridades monetarias europeas, y también ayer repitió que el Banco Central Europeo está “atado a la teoría errónea”. Pero –siguiendo con el discurso de Stiglitz– si instituciones como el FMI o el BCE están defendiendo modelos que tienen un claro sesgo de clase (y de género) y repercusiones distributivas nefastas y que conducen al abismo de manera definitiva, vale la pena recordar a quién sirven y de qué manera tan provechosa rinden tributo a los intereses de una minoría suicida. Aquí está su artículo del mes de abril para demostrarlo. Si lo leyeron, vale la pena que lo recuerden. Y si no llegaron a leerlo, ¡no se lo pierdan!
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